El palo en la rueda
No podemos ser complacientes con la corrupción, práctica deplorable. Su daño es inmenso y no lo podemos desconocer, es más, lo debemos evidenciar cada vez que tengamos la oportunidad.
Hablamos del crecimiento económico, del bienestar social, de las estrategias para reducir la inequidad dentro del país y de otra buena cantidad de temas que proyectamos al futuro para construir una mejor sociedad para todos. Intenciones no solo loables sino necesarias para el tránsito de la humanidad.
Sin embargo, muchas de ellas se ven truncadas por un flagelo que, cada vez más, parece estar enquistado en nuestra sociedad: la corrupción. Debemos comprender y repetir hasta la saciedad que esta práctica es lesiva para todos los ciudadanos; no podemos pensar, por ejemplo, que el robo de un contrato en un puente de una región alejada de nuestra ciudad es un tema que no nos compete. Es un imperativo que la corrupción nos duela, que la sintamos como propia, que entendamos que son nuestros bolsillos los que están siendo saqueados.
No podemos ser complacientes con esta práctica deplorable. Su daño es inmenso y no lo podemos desconocer, es más, lo debemos evidenciar cada vez que tengamos la oportunidad. ¿No se sintió profundamente indignado con el video en el que unos niños de Aguachica posaban con un plato de comida que nunca probaron y que pretendía ser la justificación de un contrato de alimentación infantil? Esa es una de las tantas caras amargas de la corrupción.
El daño social que causa la corrupción es inmenso. Comenzar a aceptar prácticas corruptas porque ‘todo el mundo lo hace’ o porque ‘simplemente no pasa nada’ es perder una batalla antes de darla. Esa complacencia o indiferencia –no sé cuál es ser peor– va permeando la sociedad hasta edificar una cultura corrupto que, muy desafortunadamente, se acepta cada vez más y parece transmitirse de generación en generación.
La descomposición del tejido social que causa la corrupción tiene que ver justamente con esa falta de interés por el otro. Es tan culpable quien roba el dinero de los otros como el que se hace el de la vista gorda. Debemos entender que quien comete este delito está despojando de oportunidades a miles de compatriotas, que está martillando en el futuro de nuestros hijos.
A esta herida social que produce la corrupción se le debe añadir ‘la sal’ que genera en el desarrollo económico de las naciones. De acuerdo a un estudio realizado por la OCDE, el costo de la corrupción en el planeta llega al 5 % por del PIB mundial, es decir 2,6 trillones de dólares, una cifra escandalosa por decir lo menos.
Poder destinar esos recursos a programas que fomenten la educación o mejoren los sistemas de salud –por plantear un par de ejemplos– significaría un bienestar para millones de personas en el planeta, y no terminaría en las arcas de unos pocos que desgreñan a los países.
En suma, la corrupción es una lacra que nos afecta a todos, tanto en el ámbito social con el económico. Trayendo a colación esa analogía en la que los países a veces pedalean en una bicicleta estática y gastan sus esfuerzos sin avanzar un solo centímetro, habría que decir que la corrupción es un palo en la rueda de una bicicleta que nos hace caer, golpearnos e incluso nos hace pensar en abandonar el viaje que estamos haciendo. Debemos con decisión romper ese palo, debemos quebrarle el espinazo a la corrupción si queremos que nuestro viaje llegue a buen destino.
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